Retazos.

Alguien

05/27/2013
NY. Elmhurst. Queens.

Alguien está amarrando mis brazos y piernas a una silla, cuidadosamente está cubriendo mis ojos y muy despacio está sellando mi boca. Sus movimientos son tan sutiles que creo que en realidad, no quiere lastimarme.

(No sé el nombre de ese alguien, así que por ahora, lo llamaremos “alguien”.)

“Alguien” me está reteniendo en este lugar porque sabe que de lo contrario voy a salir corriendo a buscarte. “Alguien” está cubriendo mis ojos porque sabe que después de encontrarte, voy a mirar tu rostro e inmediatamente voy a sentir odio y amor, y miedo, y angustia, y vergüenza; voy a sentir mucha vergüenza. Entonces, voy a llorar.

“Alguien”, sin embargo, es tan astuto que está atando mis piernas y brazos a una silla, él sabe que después de llorar mis piernas van a moverse quisquillosas como queriendo temblar y entonces… ¡Mis brazos! mis torpes brazos van a abrazarte tan fuerte que te podría asesinar.

“Alguien” está sellando mi boca porque sabe que después de abrazarte me voy a acercar lentamente a tu oído y vas a poder escuchar mi llanto por unos segundos. “Alguien” por supuesto, no quiere que esto suceda, él sabe que finalmente voy a tomar tu rostro y con lágrimas ya en mis labios voy a susurrar: “No te vayas. Quédate conmigo”

“Alguien” es literalmente demasiado fuerte, esta vez no voy a buscarte; lo mejor que puedo hacer es dejarte ir.

No estoy segura si el nombre de ese “alguien” es “Razón” o “Corazón”. Algo me hace pensar que es la expresión más profunda de ambos. 

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Un lugar

Odio mi incapacidad para sorprenderme. La odio en verdad. Es peor cuando soy consciente de que debería sorprenderme por algo con lo que cualquier otra persona se sorprendería.

Y entonces, llego a un lugar, cualquier lugar del mundo. Es tan solo un lugar en el que puedo, entre otras cosas, sentarme y tomar un café. Un lugar en el que soy una completa desconocida, eso soy. Aquí la música no solo suena, también se escucha; no está tras una máquina, la música  es real. Él la siente, algunos otros también, yo la siento. El sonido no es exclusivo para mí, pero es como si lo fuera. El sofá no es más que un sofá, pero me abraza con su más absoluta comodidad. Cojo una taza de café, es tan grande que debo agarrarla con ambas manos: el calor empieza a fluir desde mis dedos, respiro un aroma que alcanza a tener sabor, un sabor que termina en un pequeño gesto de agrado. Sonrío. Un par de aplausos, pocos, eso es todo. Es mejor así.

Por alguna razón me gusta este lugar, creo que es la misma razón por la que no soy capaz de sorprenderme en muchos otros lugares. Creo que es la misma razón por la que estoy escribiendo en este lugar.

Y entonces, un buen amigo me dice: "La vida es como una línea, una línea es una sucesión de puntos; la mayoría ven la línea, muy pocos ven los puntos." He ahí la razón.

Roasting Post Café /Hightstown, NJ. 

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La niña

La niña no soy yo, es una tabla que tengo (como la de Bart Simposns) y así le digo, la niña. No sé por qué, debe ser porque es rosada. Hoy salgo de mi casa y saco a la niña. La uso, entre otras cosas, para transportarme en trayectos cortos. Hoy voy al Transmilenio, más o menos a unas 6 cuadras. Me monto y empiezo a rodar.

El viento se golpea conmigo, pero es un golpe suave, casi como una caricia; hago más fuerza y ruedo más rápido, más y más rápido ¿Por qué se sentirá tan bien? creo que es por la misma razón por la que cuando eras niño e ibas de viaje por carretera, elegías sentarte en el puesto de la ventana. Sabías que el momento perfecto era cuando el carro iba muy rápido: sacabas la mano por la ventana y sentías como la fuerza del viento te la llevaba hacia atrás, mirabas tu propia mano y hacías fuerza hacía adelante, pero el viento te ganaba y la mano se iba para atrás; y así, de nuevo, muchas veces.

De pronto, sentías ese deseo irracional de hacer lo que a tus papás no les gustaba: sin ningún tipo de precaución (no sabías qué era eso) sacabas la cabeza por la ventana, y como si estuvieras pasando a otra dimensión sentías el golpe del viento; te despeinabas como nadie podrá despeinarte jamás. Ibas tan rápido que alcanzabas a sentir el cabello en tu cara como pequeños latigazos, pero esto no te dolía, te daba risa. Y si te reías o abrías tan solo un poco la boca te sentías ahogado, como si el aire llegara al estómago. Era tan genial, no por lo que veías (el viento hacía que se te cerraran los ojos) sino por lo que sentías, simplemente, estando allí.

Todo era tan absurdamente fantástico, hasta que escuchabas la voz de algún gran malparido, que generalmente era un adulto y que te hacía entrar de nuevo al carro.

Y así, llegué al transmilenio. Deberían existir más cosas que nos hagan sentir como niños.

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 ¡A nadie le gustan las palomas!

Una hoja dando vueltas en el piso, una sombra partida en pedacitos por el sol. Un árbol. Un edificio que hace seis meses era una masa gris, y que ahora tiene forma y ventanas. Era mejor antes, lo obreros haciendo malabares y diciendo cochinadas lo hacían divertido. Una mosca, el viento. Yo. De nuevo esa asquerosa mosca. El sonido de una campanita, es un carro de helados. A la derecha, un idiota en el suelo, está conectado a un aparato haciendo cara de “cool”. Sí, igual de idiota que yo. 

¡Oh palomas! no me había olvidado de ustedes, sólo que ustedes habían olvidado aparecer en este cuadro. Como las odio, pobres, deberían odiarme a mí, creo que lo hacen, odian a todos, siempre están jodiendo.

No quiero regresar. Pero si no tuviera que regresar tampoco estaría acá. Tanta cosa hace que uno tenga miedo. Yo tengo miedo. Tengo miedo a escribir, miedo a pensar, le temo a las consecuencias de hacerlo. Sí ¡Soy una cobarde! Un carro anda para atrás, un Volswagen, es rojo. Lindo. Debe ser porque anda en reversa. Como en la escena de una película, aparece un hombre caminando en sentido contrario del carro. Tiene gafas negras, camisa de cuello rosada y un sobre de manila. Debe ser un desempleado. Uno más. Otra vez la mosca.

A la izquierda un par de niños con una sombrilla. Está haciendo sol, mucho. Una chica bonita, tiene tetas grandes y un vaso de gaseosa. Me fijo en el vaso, en la marca, yo trabajo para esa marca. Un ventarrón sacude las hojas de mi cuaderno. Es una chica hábil; está chateando, tomando gaseosa y caminado a la vez. Muy bonita ella, pero así, calladita. Qué curiosa habilidad para criticar tenemos los seres humanos. De nuevo esa mosca. Es otra, o ahora está más cerca porque se ve más gorda y negra. Por qué alguno de esos genios de la creatividad no ha dicho: Cuando se te acaben las ideas amigo mío, cuando tengas una hoja en blanco o un bloqueo creativo: CRITICA. Criticar es un tema infinito, para todos y para todo. Más palomas, en verdad son feas.

Tomo un sorbo de cerveza ¿Por qué rayos estoy tomando cerveza? Soy tan original, carambas, tan original. Debe ser porque acabo de leer a Bukowski, y él tomaba cerveza. Ja, ja. Qué idiota. Qué bueno que sé criticar. Otra paloma, varias palomas ¡Nos invaden las palomas! Sabe bien, la cerveza, pero podría tomarme un jugo y de todas formas sabría bien. Tal vez es la extraña sensación: espesa y agria. Quizá solo porque sí, la cerveza hace que éste sea un mejor momento. Lo es, de hecho, es un buen momento. No por la cerveza y omitiendo a las palomas. En fin. 

Parque de la Carrera 11 con Calle 82 -  Bogotá.
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Lluvia
 
Esta noche el rastro de la lluvia está impregnado en la ciudad. Parece que las luces -que ya hostigan el ambiente- quisieran declararse dueñas de nuestras calles. Es como un espejo fundido en el asfalto; nuestros movimientos intuitivos se reflejan forzosamente en él y aquellas luces, cínicamente, también delimitan nuestros pasos.  El fantástico mes de Diciembre nos está acorralando con su "alegría".

La lluvia no se resigna a aceptar el caos en que se ha convertido este lugar. Decide entonces, reflejar el mundo en el suelo y así convertirlo en una versión encantadora.

Inclino levemente mi rostro y dejo de pensar: No distingo imágenes, los individuos son sombras. El movimiento es mío; todo marcha al ritmo de mi mirada y de sus pasos. El sonido es aquél que decido escuchar: su respiración y mis latidos. Levanto mi rostro nuevamente, contemplo lo que queda de este absurdo universo y finalmente, no puedo evitar sonreír.
-No es tan malo como parece, de hecho, todo esto es hermoso- pienso.

Creo que la lluvia solo fue cómplice; la realidad es, como cada quién decide que sea.

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06 de julio de 2011

Inicio:
…Comprenderá también cuánto tengo que hacer para descansar de mí mismo,
casi para olvidarme de mi propio yo,buscando refugio en cualquier sitio…
porque cuando no encontré lo que necesitaba, me lo he procurado con artificios…
Un sentimiento de placer alcanzado en lo cercano,
en todo aquello que tiene color, forma y apariencia…

Vivo todavía y la vida no es, después de todo invención de la moral:
quiere el engaño; vive del engaño…
¿qué vuelvo a comenzar y hago de viejo inmoralista, extramoral, por encima del bien y el mal?...
Ante tal respuesta mi filosofía me aconseja callarme…
…humano demasiado humano…

Final:
 ¿Nada de excusas!
Acogan este libro entre sus brazos,
ustedes los de corazón libre,
y crean que jamás mis sin razones,
por muchos odios que me traigan,
sirvieron para reprochar nada.
¡ven a mi la pasión de los locos!
A ustedes, que anhelé su ventura
Y saquen de este libro amargo
Razones para todo…

Nietzsce / Humano demasiado humano


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Desconfiando del silencio

Mientras el frío se encarga de congelar los sentimientos, el silencio parece ser el consejero de este suplicio. Y así, sin reparo, la noche escupe la repugnante razón. Una razón enfurecida a causa de mil ideas y pensamientos que se atropellan, simplemente por la desesperación de existir.

Recuerdo que en el algún lugar leí que si las personas pasáramos más tiempo en silencio para encontrarnos con nosotros mismos, seríamos mejores seres humanos. Yo  digo que a este punto, nos volveríamos locos.

Un último pensamiento, no sé de quién, ni como llega, pero parce gritar en medio de este silencio: “Nos gusta meter la cabeza entre la mierda, como los cerdos…”



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Dale Señor el descanso eterno

El está allí. En un cajón estrecho de madera, vestido como quizá nunca lo vi en vida. En silencio, sin sonreír, como jamás pensé ni quise conocerlo. Sin mirada…

Dale señor el descanso eterno. Pronuncia una mujer venciendo el llanto con sus palabras. Los demás responden intuitivamente: Brille para ella la luz perpetua. Fue inevitable preguntarme ¿por qué la mayoría hablan de “ella” siendo un “él”?

Yo inventaría una oración para los que se quedan, una frase de consuelo por el recuerdo de quien no está. Palabras que le den un razonamiento a la muerte, que a su vez evaporen las lágrimas y que como una medicina curen el dolor. Una frase que no prometa luz perpetua, sino que en su infinita sabiduría, permita que no se olviden las almas de los que hoy lloran por él.

Hombre sin mirada: En el lugar en el que estés, observa este dolor, y en tu silencio, cúralo con la misma facilidad que los hacías reír. Sé que el descanso eterno, para ti, solo está en su felicidad.

En memoria de Jaime Martínez.



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Retazos

No quiero seguir arrinconando aquellos pensamientos efímeros que llegan en el día, y en la noche desaparecen, ideas que se esfuman de la misma manera como se evapora nuestra memoria. Digamos que es una manera fácil de no perder la costumbre de escribir y de paso, me es útil para no olvidar.

En esta ocasión realmente lo hago para citar la metáfora más extraordinaria que he leído en lo poco que he leído. Habla de los hábitos, la costumbre y la monotonía… Yo tan solo la reescribo porque me parece hermosa:

 “Toda costumbre teje en nuestro alrededor una tela cada vez más resistente de hilos de araña, y pronto, tenemos que darnos cuenta, de que la telaraña se ha transformado en una red y que en ella estamos envueltos, que debemos vivir de nuestra propia sangre, puesto que no podemos salir de su centro ni desenmarañarla…”
Nietzsce / Humano demasiado humano


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