miércoles, 25 de enero de 2012

El Fantasma

El golpe de una puerta lo despierta. Se revuelca entre las cobijas y mira de reojo esos números rojos que quieren ser vistos, son las 2:45 AM. Intenta seguir durmiendo pero sabe que es inútil; el sueño que lo invadía hace tres horas simplemente se fue, y en su reemplazo llegó una desesperación absurda.

Evaristo es un hombre de 57 años. Vive solo, trabaja todo el día, come a horas, y en su “tiempo libre” fuma tabaco y lee periódicos viejos. -Hace 10 años la vida era más difícil. Leer esto, hace que el presente sea más simple- Afirma cada vez que alguien cuestiona su inusual hábito.

Hoy, Evaristo amanece más agotado que de costumbre. Se levanta de su cama y se dirige a buscar la maldita puerta que estuvo sonando toda la noche. Nunca la encontró, todas las habitaciones estaban cerradas. Va a la cocina a preparar tinto y se da  cuenta que no hay café. Se enfurece pero intenta pensar:  Está seguro de haber visto el día anterior el frasco de café lleno, de hecho, recuerda que se quejó de lo asqueroso y simple que le había quedado. No se pudo acabar, aún había mucho café.

Pero es Evaristo, a él no le importa la extrañeza del asunto. Simplemente maldice, coloca con fuerza el frasco sobre la mesa y se vá. Camina tres pasos y escucha el sonido del frasco cayendo en el suelo.
 -¡Estúpido Frasco! Estás mejor así, igual no servías pa’ un culo.-  Le grita al frasco sin si quiera regresar la mirada.

Se baña y se viste muy rápido. Sube a su auto y empieza a manejar en completo silencio. Está lloviendo y el tráfico es un asco; está en el mismo lugar desde hace 10 minutos.

Escucha una voz aguda que llama su nombre, mira intuitivamente por el retrovisor, pero no ve más que carros. Dos segundos de silencio. Nuevamente, ahora más cerca, alguien susurra su nombre; mira desesperado por la ventana pero solo ve a un joven que se está quedando dormido al volante.

-Evaristo, Evaristo- La voz insiste, está a su lado, casi en sus oídos. Prende el radio del carro, sube el volumen hasta escuchar la vibración de las ventanas y se refriega los ojos como un niño pequeño.

Lo que sigue parece suceder en cámara rápida: Llega a su oficina y ocupa su cabeza de trabajo; hace algunas llamadas, escribe varios informes, almuerza en menos de media hora y asiste a dos reuniones larguísimas.

Ya son las 9 de la noche y Evaristo sube a su carro. A la salida del parqueadero debe pasar una tarjeta por una máquina para que la puerta se abra. Siempre la guarda en su billetera, y empieza a enfurecer al darse cuenta que no la tiene. Busca largo rato entre los papeles, la maleta, sus bolsillos, pero nada, no tiene su billetera. Sale del auto para buscar en el baúl, es la última opción o de lo contrario tendría que subir a la oficina. De repente, escucha el sonido de la puerta del parqueadero abriéndose. Mira hacia la máquina y no ve a nadie, queda pasmado, tiene miedo, pero se siente tan estúpido que sin pensarlo sube al carro y arranca. Solo quiere dormir.

Abre sus ojos y observa nuevamente los números rojos: 5:30 am. Logró dormir toda la noche. Se levanta conforme y enciende la luz, pero siente una punzada en su pecho al ver en la mesa, justo al lado del reloj, la tarjeta del parqueadero, la misma que supuso haber perdido.

Se dirige a la cocina por el tinto de todas las mañanas. Lo prepara, espera y lo sirve. Con el primer sorbo siente pánico y deja caer el pocillo, acaba de recordar que la mañana anterior el frasco de café estaba vació y se había roto. Siente que lo están observando, por primera vez considera probable la existencia de espíritus o fantasmas y ya no sabe que es más repugnante: el pánico que en verdad está sintiendo o lo cobarde que resulta ser al sentirlo. Camina con temor hacia el baño e intenta dejar de pensar: no puede ser coincidencia todo lo que está sucediendo, algo anda mal.

Durante toda su vida Evaristo ha evitado mirarse al espejo, nunca se preguntó por qué. Extrañamente, esta vez, al estar completamente desnudo en el baño, siente ganas de mirarse:

Se para frente al espejo, alcanza a ver su reflejo desde el ombligo hasta la cabeza. Es muy delgado y pálido, es feo, no le gusta lo que ve. Se acerca para mirar su rostro, siente el latido de su corazón y observa como  el sudor se evapora de su cuerpo. Está completamente arrugado, sus labios tienen un color extraño, casi negro, su cabello se ve sucio y sus ojos… Al ver sus ojos empieza a temblar, siempre supo que eran azules, pero ahora no tienen color, parece que estuviesen vacíos.

El pánico se apodera de su cuerpo, se deja caer en el piso, pronuncia débilmente su nombre y llora como nunca antes lo hizo. Evaristo acaba de comprender que nadie lo está asustando; le asusta su vida porque él es su propio fantasma.

FIN

MaFaLda

lunes, 2 de enero de 2012

Soy una adicta y mi vicio es insaciable.

El amanecer no quiere estar aquí; la oscuridad de la noche se ha quedado impregnada en él y por esto lamenta con lluvia su propia llegada. Son aproximadamente  las 6:45 am, el día tiene una sensación extraña que me desubica en el tiempo y en el espacio: no sé qué tantas horas han transcurrido, puede que sea la misma noche, incluso, puedo no haber despertado.

¿Un sueño?   -Intuyo torpemente-.  Solo necesité dos segundos y apagar la alarma del celular, para entender que se trata de un amanecer oscuro y lluvioso, de la pereza que me amarra entre las cobijas y de las mil excusas que puedo crear en mi cabeza para no querer levantarme.

Aquí viene el primer pensamiento del día - algo sin importancia, claramente - : Preferiría estar en un mal sueño, que empezar el día preguntándome si éste hace parte de uno. Mis ojos me obligaron a dormir unos 20 minutos más.

Me siento medio estúpida. Cuatro cervezas la noche anterior hacen que mis acciones de hoy sean más lentas que de costumbre. Creo que voy a llegar muy tarde a trabajar y por eso no quiero mirar la hora. Generalmente el tiempo me asusta.

Con algunas excepciones, subir al bus se ha convertido en algo placentero; doy unas cuantas monedas, me quito el bolso y la chaqueta, respiro hondo y me recuesto literalmente en una silla -es fácil, soy pequeña-. Esta vez el tiempo es mi cómplice, son las 8:00 am.

Lo que viene después no tiene importancia, solo sé que no pude dormir en el trayecto a la agencia y que ya son las 12:30 pm. Una sugestiva hora y media de almuerzo, en la que voy a alimentar mi adicción más profunda:

Página 232: “Pensar, pensar aunque solo fuera medio segundo… pensar era la única esperanza. De pronto el asqueroso olor de las ratas le dio en el olfato como si hubiera recibido un tremendo golpe. Sintió violentas náuseas y casi perdió el conocimiento. Todo lo veía negro. Durante unos instantes se convirtió en un loco, en un animal que chillaba desesperadamente...”

El tiempo que pretendo contar, simplemente no está; se esconde debajo de mis piernas y empieza a subir adormeciendo mi cuerpo. Un latido se escucha al par de cada palabra y esto me hace leer más rápido; es mi corazón que siente angustia, codicia de continuar, de acabar ya mismo.  Veo mis manos pasando hoja tras hoja. Ahora escucho mi respiración y una voz sublime que está siguiendo cada línea. El tiempo no existe, o tal vez me está dilapidando.

Hay un final que espero hace casi un mese y ahora está en mi boca, en mi cabeza, en una historia que se apoderó de mi existencia, que consume mis pensamientos y que no me deja sospechar, solo me deja vivir su trama. Se trata de una conspiración con la excitación más absurda del placer humano, algo que la cabeza procesa mucho tiempo después de haber atrofiado el corazón, después de haber perdido el sentido del presente: mi hora y media de almuerzo.

Página 252: Fin.

-¿Un sueño?-  De nuevo intuyo torpemente. -¡Idiota! No es un sueño, se acabó- Pienso.

Cierro el libro.

Si antes me sentía medio estúpida, ahora lo soy completamente. No tengo idea que acaba de suceder conmigo.

“El pensamiento depende de las palabras” una frase que está gritando mi cabeza.

Empiezo a recordar: un último capítulo dedicado a los principios de la Neolengua (un idioma ficticio que el autor crea, como el inglés o el español). Es un lenguaje cuyas palabras definen una nueva ideología. Así de simple: “El pensamiento depende de las palabras”. Maldita sea Orwell, eres un genio.

Terminé de leer 1984 de George Orwell el 28 de Diciembre del 2011 a la 1:45 pm.