miércoles, 3 de octubre de 2012

El vagabundo y la dama

Está casi oscuro. La caja de vino se está terminando. El jodido zapato de mi pie izquierdo ya no tiene suela, la ampolla se va a reventar. Paso entre los carros y veo a la mujer perfecta. Me paro frente a su ventana. Ella intenta no mirarme. Le pido plata. Arranca, pero tiene que frenar de nuevo. Doy dos pasos y golpeo en su ventana. Me mira y veo el  encanto de su pánico; sus ojos tan abiertos, tan blancos en lo blanco y tan verdes en lo verde. Parece que su pupila temblara. Hace una mueca y niega con el dedo índice.  Su cara. Se está enrojeciendo. Golpeo con más fuerza. No me mira y empieza a pitar como una loca. Está completamente roja. Golpeo de nuevo su puta ventana. Sus piernas. Las mueve con desespero. No debería hacer eso, su falda se sube. Se aferra al pito produciendo un sonido tan horroroso que hace que sus tetas se espanten. El botón de su blusa está luchando para no dejarlas salir. La gente mira. Mierda, sí que está buena, me la quiero tirar, pero como es imposible escupo el vidrio que la separa de mí.  Pega un brinco y mira mis babas: burbujas espesas y sucias escurriendo lentamente por su impecable ventana. Va a llorar. Quita la mirada aterrorizada. Sonrío. El temblor de sus manos se escucha en el pito. Los demás carros andan, ella arranca torpemente. Era perfecta. Sonrío.

Voy hacia mi esquina, aquí todos tenemos una. El viejo Rizo parece haber tenido un buen día, está ahí echado con la mirada perdida, junto a su perro. Parece que alguien hubiera acomodado sus labios para que se viera sonriente. Tiene dos botellas de pegante vacías y lo cubre una cobija. Agarró una buena cobija. Llueve. El último chupón de vino y aniquilo la tercera caja del día. Otra vez esa sensación asquerosa: una punzada en la panza que va subiendo; son puntillas caminando despacio hasta llegar a mi garganta. Todo lo que tengo dentro quiere salir pero no se le da la gana, prefiere quedarse ahí, casi llegando a mi lengua. Está tan cerca de salir que siento su sabor, es amargo, sabe a muerte. Debo llevar más dos días sin comer.

Si Rizo tuvo un buen día el mío se va para la mierda. En mi esquina hay un cabrón acostado. No lo conozco. Está cubierto con periódico pero él está nuevecito. Debe ser su primer día. Le pateo el culo. Medio abre los ojos y sigue durmiendo.

- ¡Lárgate Malparido! ¡Esto es mío!

Se levanta. Mide unos 5 centímetros más que yo. Es moreno, no tiene más de 35 años. Su nariz y su boca son tan grandes que no recuerdo nada más de su cara. Quiere pelear. Sólo fue pensarlo para sentir el primer golpe: un puñetazo en medio de los ojos me deja en el suelo y veo todo como si estuviera borracho. Pero qué hija de puta borrachera. Ahora él me patea. Inclino las rodillas hacia mi cabeza y espero. Dos o tres minutos de su furia bastarán. Él lo sabe, yo lo sé. Me levanto y me largo.

Ni siquiera un jodido cigarrillo. Sigue lloviendo. Todo eso que quería salir de mí, se decidió a hacerlo por debajo; no debo tener sino mierda en el estómago así que tengo que cagarla. Aquí, ahora. Se siente tan bien, tan asquerosamente bien. Hace frío. Subo mis andrajos y me acuesto unos 10 pasos después de mi cagada. El pie izquierdo está palpitando. La ampolla. Da igual. Así estará bien hasta mañana.



Las 6:00 PM. Tengo que salir ya mismo antes de que regrese… ¡Carajo! Ahí está, si voy al baño quizás crea que ya me fui. Corro en putitas, los tacones siempre delatan. Un retoque rápido. Estoy bien. Debo haber bajado de peso, mis ojos se ven más grandes cuando adelgazo. Sólo un poco de labial, perfume y  ya está.

Cierro tras de mí la puerta del baño y allí, mi querido y pervertido jefe. Cómo lo odio.

- ¿Ya te vas hermosa? ¿No hay nada para mí?
- Lo siento Daniel, hoy no puedo. Tengo que recoger al niño. Mañana ¿sí?

Camino hacia la salida. Silencio. No pudo haber sido tan sencillo. No dice nada. Abro la puerta y ya me siento victoriosa. No le conviene que los demás lo sepan.

- Ya sabes lo que pasa si te vas así. Cierra y ven.

Lo sabía. Es mejor hacerlo fácil. Cierro la puerta y dejo el bolso en el escritorio. Me desabrocho el botón de la blusa y veo cómo su mirada aterriza en mis senos. Me acerco. Lo beso con fuerza hasta arrinconarlo en la pared. Agarro su cabeza y hago movimientos leves sobre su cuero cabelludo. Cojo su mano y la introduzco bajo mi blusa hasta ubicarla en mi seno derecho. Ejerzo presión haciendo formas circulares. Con esto bastará para que su ineptitud no lo deje hacer más. Se acelera el ritmo de su respiración. Toco sus labios y lo obligo a mirarme. Muerdo los míos. Introduzco mi lengua y casi llego a su paladar. Un poco en el cuello. Un poco en el oído. Mi mano se aferra a su pecho y empieza a bajar. Se queda abajo. Está duro, como siempre. Lo muevo. Rápido. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Más rápido. Lengua, masaje en el cabello, susurro en el odio -Cómo me excitas ¡oh! Daniel ¿Cómo lo haces?- Uno, dos, tres.

- ¡No puedo Dani! Si sigo, no voy a poder parar. Tengo que recoger al niño, me está esperando. Mañana soy toda tuya. Lo prometo.

Hice lo mío. Cojo mi bolso y salgo. Creo que dijo algo pero ya estoy muy lejos para escucharlo.

15 minutos tarde. El tráfico empeora. Hace calor aquí adentro. Olvidé abrocharme la blusa. Todos los semáforos en rojo. Me miro en el espejo y empiezan a pitar. Tengo corrido el labial. Carros, buses, más pitos. A la derecha una moto pasa con la mínima distancia con la que podría pasar.  Esta ciudad es un asco. El niño. El celular.

- ¡Hijo! Cariño, no me puedo demorar, estoy en medio de una reunión. Dile a papá que no llego a comer… sí, perdóname. Sé que lo prometí pero… sí, pero estamos en licitación y esto no funciona sin mí. No siempre es lo mismo, no digas eso. Te amo bebe. Dile a Papá que si puedo, lo llamo más tarde. ¿Cómo? ¡No! No puedo hablar. Chao hijo, chao.

De pronto, un hombre repugnante aparece en mi venta. Guardo el celular. Arranco pero el tráfico no se mueve. Veo sus manos ásperas y teñidas de mugre golpeando mi ventana. Es asqueroso. Las arrugas en su cara son tan profundas que parecen cicatrices. Tiene un pelo grueso, como el de un animal. Intento decirle que no tengo dinero. No se me ocurre nada. No quiero verlo más. Escucho de nuevo esos golpes. Está tan cerca. Una vibración extraña empieza a subir desde mis piernas. No lo miro pero no puedo borrar esa imagen ¿Qué hago? Empiezo a pitar ¿Tengo monedas? Golpea mi ventana con más fuerza ¡Por qué no andan! ¡El semáforo está en verde! Sigo pitando. Veo el reflejo de su cuerpo. No se va. Respiro su olor y el aire se acaba. Tengo monedas, sí, pero no moveré ni un centímetro del vidrio que me separa de él. No siento las piernas ¡Qué! ¡Ha soltado un poco de saliva en mi ventana! ¡Hasta su saliva tiene rastros de suciedad! ¿Por qué rayos hace eso? Sus labios. Están secos ¡No más! Escucho el sonido del pito, es de mi carro. Soy yo ¡Vamos arranquen! ¡Ahora! ¡Ya!

Mi respiración va más rápido que este carro. Llueve. No puedo evitar mirar por el retrovisor. Ahí está. Me siento torpe. Su saliva aún escurre por mi ventana. Escucho mi corazón. El sujeto se aleja ¿Por qué esperó a que yo arrancara para irse? Está cojo. Atrás, los carros en fila, me obligan a dejar de mirarlo.

- ¿Hijo? Sí lo se… Qué bueno, ahora me lo muestras ¿sí? Dile a… Ajá, sí. Yo también te quiero. Déjame hablar cariño. Sí ¡pero déjame hablar! Dile a papá que me esperen para cenar. Estoy en camino a casa.

FIN