lunes, 2 de enero de 2012

Soy una adicta y mi vicio es insaciable.

El amanecer no quiere estar aquí; la oscuridad de la noche se ha quedado impregnada en él y por esto lamenta con lluvia su propia llegada. Son aproximadamente  las 6:45 am, el día tiene una sensación extraña que me desubica en el tiempo y en el espacio: no sé qué tantas horas han transcurrido, puede que sea la misma noche, incluso, puedo no haber despertado.

¿Un sueño?   -Intuyo torpemente-.  Solo necesité dos segundos y apagar la alarma del celular, para entender que se trata de un amanecer oscuro y lluvioso, de la pereza que me amarra entre las cobijas y de las mil excusas que puedo crear en mi cabeza para no querer levantarme.

Aquí viene el primer pensamiento del día - algo sin importancia, claramente - : Preferiría estar en un mal sueño, que empezar el día preguntándome si éste hace parte de uno. Mis ojos me obligaron a dormir unos 20 minutos más.

Me siento medio estúpida. Cuatro cervezas la noche anterior hacen que mis acciones de hoy sean más lentas que de costumbre. Creo que voy a llegar muy tarde a trabajar y por eso no quiero mirar la hora. Generalmente el tiempo me asusta.

Con algunas excepciones, subir al bus se ha convertido en algo placentero; doy unas cuantas monedas, me quito el bolso y la chaqueta, respiro hondo y me recuesto literalmente en una silla -es fácil, soy pequeña-. Esta vez el tiempo es mi cómplice, son las 8:00 am.

Lo que viene después no tiene importancia, solo sé que no pude dormir en el trayecto a la agencia y que ya son las 12:30 pm. Una sugestiva hora y media de almuerzo, en la que voy a alimentar mi adicción más profunda:

Página 232: “Pensar, pensar aunque solo fuera medio segundo… pensar era la única esperanza. De pronto el asqueroso olor de las ratas le dio en el olfato como si hubiera recibido un tremendo golpe. Sintió violentas náuseas y casi perdió el conocimiento. Todo lo veía negro. Durante unos instantes se convirtió en un loco, en un animal que chillaba desesperadamente...”

El tiempo que pretendo contar, simplemente no está; se esconde debajo de mis piernas y empieza a subir adormeciendo mi cuerpo. Un latido se escucha al par de cada palabra y esto me hace leer más rápido; es mi corazón que siente angustia, codicia de continuar, de acabar ya mismo.  Veo mis manos pasando hoja tras hoja. Ahora escucho mi respiración y una voz sublime que está siguiendo cada línea. El tiempo no existe, o tal vez me está dilapidando.

Hay un final que espero hace casi un mese y ahora está en mi boca, en mi cabeza, en una historia que se apoderó de mi existencia, que consume mis pensamientos y que no me deja sospechar, solo me deja vivir su trama. Se trata de una conspiración con la excitación más absurda del placer humano, algo que la cabeza procesa mucho tiempo después de haber atrofiado el corazón, después de haber perdido el sentido del presente: mi hora y media de almuerzo.

Página 252: Fin.

-¿Un sueño?-  De nuevo intuyo torpemente. -¡Idiota! No es un sueño, se acabó- Pienso.

Cierro el libro.

Si antes me sentía medio estúpida, ahora lo soy completamente. No tengo idea que acaba de suceder conmigo.

“El pensamiento depende de las palabras” una frase que está gritando mi cabeza.

Empiezo a recordar: un último capítulo dedicado a los principios de la Neolengua (un idioma ficticio que el autor crea, como el inglés o el español). Es un lenguaje cuyas palabras definen una nueva ideología. Así de simple: “El pensamiento depende de las palabras”. Maldita sea Orwell, eres un genio.

Terminé de leer 1984 de George Orwell el 28 de Diciembre del 2011 a la 1:45 pm.


4 comentarios:

  1. Me gusta la forma en la que escribes y haces tu propia trama que desemboca en la permanencia del lector hasta el final.

    Definitivamente... confirmo... Eres muy pila!

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  2. Es tu capacidad: de ver en donde otros pasan de largo, y cuánta sensibilidad mostrás.

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  3. Gracias. Es muy lindo lo que dices.

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